martes, 27 de diciembre de 2011

Dos palmos por encima


El maestro entra a clase. Los alumnos callan.
Apoya los cuadernos sobre la mesa y se sienta en su butaca,
dos palmos por encima del resto de las cabezas.

Ha empezado el curso y apuntes en mano,
comienza a contar la historia que cuentan todos los cuadernos.

Al año siguiente, se vuelve a repetir la misma escena.
Irrumpe en clase, en medio del silencio,
descansa los cuadernos y se sienta dos palmos por encima del resto de las cabezas.

Así lleva 30 años; marcando silencios y obediencias;
viviendo por encima del resto.

Afuera ya no queda ni la sombra del mendigo que dormía su miseria en la puerta de la escuela. 
Tampoco la inmobiliaria y el banco de enfrente, que tuvieron que cerrar,
porque no pudieron seguir estirando las monedas ni el hambre de los de abajo.
Ni siquiera la panadería, que se abrió durante la guerra; el negocio lo heredó la nieta,
que convirtió la tienda en una prestigiosa peluquería donde venden ilusiones y espejismos.

Incluso sus apuntes se han ido marchitando y cogiendo un tono amarillento
como el maquillaje del difunto expuesto en el velatorio.

Todo va cambiando, menos las clases del maestro.
Que cuenta las mismas historias que cuentan todos los cuadernos.

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