viernes, 1 de junio de 2012

Apología de lo que siempre queda


No esperabas que te sacara tan temprano de la cama.
Anoche fue hace un rato y casi no nos dimos tregua.
Y es que en junio la playa no deja dormir;
la brisa fresca y salada rompe el sueño,
 y el susurro de las olas entra por la ventana,
poniéndote en guardia para que no dejes pasar el momento en el que al mar
se le declara la mañana.

Ya en la orilla, con los pies mojados por la amenaza intermitente y terca del agua,
te miro, me miras, sonríes, te abrazas.
Hablas de un quizás que no se atreve a quitarse la ropa,
de un deseo mojado y sincero,
de un recuerdo, de un silencio,
consciente y húmedo,
como tu sexo.

No es momento de hacer balances,
ni cálculos precisos que encojan lo que siento;
aspiro la vida, cierro el puño y lo aprieto

De repente el cielo se nubla y sube la marea,
pasando por encima de las rocas
y de esta esperanza nuestra con fecha de capítulo y derrota.
Ese quizás que andábamos fingiendo,
se nos resbala entre los dedos tan rápido como la arena en el puño cerrado de los sueños.
Y se acaba, termina y capitula;
entrega las armas tu risa y el cariño que estos días nos hemos arrojado.

Tú te vas y yo me quedo.
Y festejo haberte querido tanto en tan poco tiempo.
Quizá no vuelva a verte, tal vez te eche de menos,
pero dimos la espalda al mundo,
entregadno lo más sincero y más profundo de lo que guardábamos dentro.